Emociones: de enemigas a aliadas
- Paulina Cal y Mayor
- 18 ago
- 5 Min. de lectura
Descubre por qué emociones las emociones desagradables, no son negativas y cómo empezar a verlas como tus aliadas.

¿Alguna vez te has preguntado por qué, si las emociones “negativas” son tan malas y dañinas, no hemos evolucionado para deshacernos de ellas?
La educación emocional, tal como la conocemos hoy en día, es un concepto reciente. Antes, lo habitual era reprimir o invalidar lo que sentíamos. Había —y aún hay— mucho estigma en torno a ciertas emociones: frente al enfado, escuchábamos un “¡ya no te enojes!”; ante la culpa, un “no sirve de nada”; frente a la tristeza, frases como “piensa en positivo” o “de nada sirve llorar”.
La sociedad ha pasado así de callar y reprimir emociones a intentar “gestionarlas”, lo que en la práctica muchas veces se traduce en intentar controlarlas o hacerlas desaparecer con distracciones, medicamentos, autocrítica y reglas rígidas auto impuestas.
No fue hasta la aparición de las terapias de tercera generación, como las centradas en la compasión o la terapia de aceptación y compromiso, que en la sociedad moderna comenzamos a plantearnos otra posibilidad: ¿qué pasaría si, en lugar de luchar contra una reacción fisiológica que no tiende a desaparecer, aprendiéramos a convivir con ella?
En realidad, esta idea no es nueva. Desde hace más de 2,500 años, el budismo ya enseñaba que las emociones forman parte de la experiencia humana y que la clave está en relacionarnos de manera distinta con ellas. Sin embargo, estas prácticas no eran populares ni convenientes para el mundo moderno, hasta que la ciencia comenzó a estudiar por qué el budismo parecía tener un impacto tan positivo en la salud mental.
De ahí surgió el concepto de mindfulness en su versión actual: una manera de traducir y adaptar prácticas ancestrales a un lenguaje laico y científico, lo que permitió investigarlas y aplicarlas sin un marco religioso.
Si miramos al origen de nuestra especie y analizamos la función de emociones como el miedo, el estrés o la tristeza, vemos que han sido indispensables para la supervivencia. Por ejemplo, el miedo nos protegió de peligros: un ancestro que sentía miedo al acercarse a un depredador o a un terreno inestable tenía más probabilidades de sobrevivir que uno que no sentía nada y avanzaba despreocupado. Ese miedo activa la alerta, acelera el corazón y prepara al cuerpo para huir o defenderse, aumentando las probabilidades de sobrevivir.
Hoy, sin embargo, nos cuesta más encontrarles un sentido claro. ¿De qué nos sirve la culpa que nos quita el sueño tras cometer un error? ¿Es útil el miedo al éxito? ¿Podemos llamar “funcional” al estrés cuando nos impide concentrarnos? La respuesta inmediata suele ser: no.
Sin embargo, siempre podemos reconocer que nuestra emoción nos está avisando de que algo pone o podría poner en peligro lo que valoramos. Comprender el porqué, validar la emoción y separarla del pensamiento nos ayuda a tomar perspectiva. Pero tenemos la costumbre de desconectarnos y distraernos, perdiendo así la oportunidad de entender nuestro mundo interior.
La aparición de la tecnología y la facilidad para acceder a distracciones han reducido nuestra capacidad de permanecer con lo que sentimos sin huir de inmediato. Además, la sobrecarga de información y el ritmo de vida actual nos empujan a cuestionarnos constantemente: ¿lo estoy haciendo bien?, ¿qué podría haber hecho distinto en el pasado?, ¿qué tengo pendiente hoy o mañana? Esto alimenta nuestras preocupaciones, miedos e inseguridades.
Entonces, ¿qué función cumplen estas emociones an desagradables?
Piensa en el juego de “frío o caliente”. Con los ojos vendados, debías encontrar un objeto y los demás te guiaban: “frío” si te alejabas, “caliente” si te acercabas. Tus emociones funcionan de manera similar: nos indican si nos estamos alejando o acercando a lo que realmente importa y nuestro bienestar. Si no fueran desagradables cuando nos advierten de alejarnos, o placenteras cuando nos motivan, no cumplirían su función..
A todos nos importa algo, eso es indiscutible. Por ejemplo, a la mayoría nos importa nuestra integridad física. Si algo la amenaza, aparece el miedo para avisarte: “¡frío!”, porque te alejas de lo que valoras: tu seguridad. Por el contrario, la alegría funciona como un “¡caliente!”, recordándote que lo que sucede te hace bien y te acerca a lo importante para ti.
En resumen, las emociones son notificaciones que te indican si te estás alejando o acercando a tus valores. ¿Tiene más sentido ahora que las sientas?
Entonces, ¿es normal sentirnos mal?
Sí y no. Es normal experimentar sensaciones desagradables cuando percibimos que algo pone en riesgo nuestro bienestar (esto incluye, además de nuestra integridad física, nuestros valores y metas). Lo que no podemos normalizar es estar en un estado constante de ansiedad, miedo o tristeza. Cuando hablo de aceptación emocional, me refiero a emociones pasajeras y puntuales.
Por ejemplo, el estrés puede ser una respuesta muy adaptativa ante la presión de una fecha límite o una actividad que implica mucho esfuerzo o exposición social. ¿Pero cómo nos ayuda si muchas veces parece lograr lo contrario? Bloquearnos, impedir que nos concentremos o dar pasos hacia lo que deseamos, aunque se trate de algo que nos importa.
En realidad, lo que nos bloquea no es la emoción en sí, sino el miedo y el rechazo que sentimos hacia ella. Pensamos que la emoción es la distracción, cuando lo que verdaderamente nos paraliza o aumenta nuestro sufrimiento es la lucha que iniciamos contra lo que sentimos.
La aceptación de las emociones es toda una ciencia. En mis contenidos iré compartiendo técnicas y prácticas para entrenarla. Lo primero que te invito a cuestionarte es: ¿lo que siento es realmente el problema, o es una reacción natural al contexto?
Para aumentar nuestra tolerancia a las emociones y gestionar mejor nuestra conducta —que, al final, es lo único que realmente podemos controlar— podemos comenzar con ejercicios simples. Por ejemplo, exponerte al “aburrimiento” durante periodos cortos: empieza con cinco minutos sin estímulos, sin móvil, sin distracciones.
Otras prácticas, como la meditación, también nos ayudan a identificar lo que sentimos y observarlo con perspectiva. Así podemos decidir si la emoción nos está pidiendo un cambio en nuestras vidas, poner un límite, descansar más o tomar alguna acción concreta… o si simplemente necesitamos darnos un momento para validar y abrazar lo que sentimos.
Definitivamente no es sencillo al inicio, pero si empiezas con emociones pequeñas, poco a poco puedes ir mejorando la técnica. Al final, lo que sucede cuando logramos aceptar lo que sentimos es que la emoción pierde intensidad.
Es como cuando un bebé llora con toda su fuerza y, después de un rato, cae en un estado de relajación total. De la misma manera, cuando nos permitimos sentir sin juzgar, sin resolver de inmediato o sin escapar, se abre un espacio interno desde el cual podemos tomar decisiones más libres y alineadas con nuestros valores.
Este contenido es solo para informarte y acompañarte. No reemplaza la ayuda de un profesional. Si te sientes mal o abrumado, no dudes en buscar apoyo de un especialista que pueda acompañarte.




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